Se acerca el final de una era para los mandeos, miembros de
una secta gnóstica que ha sobrevivido a los avatares de la historia desde hace
más de dos mil años. Para el Ganzebra Asgari y sus acólitos es el momento de
reunir los amuletos mágicos que se han mantenido desperdigados por el mundo
para poder realizar el ritual de restauración del poder del abagada, alfabeto sagrado de su
religión, y origen de todas las cosas, de forma que la historia pueda continuar
en un nuevo ciclo.
Con este alfabeto sagrado siempre presente en las
conciencias, varios grupos de personas aparentemente independientes, pero con
el objetivo común de beneficiarse del ritual mandeo van viendo cómo sus vidas
se entrelazan inevitablemente entre amores, odios, lealtades y envidias
alrededor de investigaciones arqueológicas de tesoros míticos del antiguo
Israel.
En ocasiones, la acción transcurre simultáneamente en
diferentes lugares y la narración va saltando de uno a otro de forma suave, fácil
de seguir. La facilidad de lectura es, quizás, el punto más positivo de este
libro. En El alfabeto sagrado, Gemma Nieto consigue, con un estilo
sencillo al alcance de todos los lectores, presentar una historia que podría
haber sido tremendamente compleja. Esta simplicidad invita a profundizar en el
tema de los mandeos, a buscar información sobre quiénes son, qué hacen, cuáles
son su historia y sus ritos. Es una
puerta abierta al conocimiento que sin duda está ahí. Cerca… pero lejos.
En realidad, todo en esta obra parece sencillo: los
misterios y enigmas tienen soluciones sencillas. Tanto, que en ocasiones son conocidas
por algunos personajes secundarios de la trama; los
personajes son sencillos: los buenos son claramente buenos, los malos
claramente malos, y las relaciones entre ellos son las que se esperan; los
pasos de las investigaciones son previsibles, entrar en lugares prohibidos, y
aún vigilados es fácil, escapar de la policía es infantil…
No obstante lo anterior, algo en la obra rompe totalmente
los esquemas. Algo totalmente inesperado ocurre, más o menos, a la mitad del
libro: en ese punto, el ritual mandeo se produce por fin…
Llegado a ese punto, el lector tiene la sensación de que el
libro se ha terminado. Se han cumplido todos los objetivos que se le iban
marcando desde la primera página. Uno por uno, sin sobresaltos. Sin embargo, le
queda una sensación de cierto vacío: Una vez cumplido el objetivo, la peligrosa
pregunta ¿Y ahora qué? le invade el
pensamiento.
Y es entonces cuando la historia presenta un quiebro, una
ruptura, y se convierte en otra. Ligada a la anterior, pero distinta.
Podría haber comenzado ahí un segundo libro, secuela del
primero. Pero no. Es el mismo libro, que no ha terminado. Quizás sea esa la
razón de que no haya pasado nada. Quizás la acción trepidante esté por venir.
Quizás… Demasiadas dudas a estas alturas de la novela, y pocas esperanzas de
resolverlas, la verdad.
La trama, los personajes y el desenlace final se quedan en
la superficie. El alfabeto sagrado no aprovecha al máximo las posibilidades que
la temática y la ambientación ofrecían inicialmente. Para aumentar esta
sensación, la nota final de la autora muestra que el esfuerzo de preparación de
este libro ha sido grande. ¿Por qué entonces no rentabilizar al máximo esa
preparación?
Me queda una frustrante sensación de que el libro daba para más.
Para mucho más.