El hilo argumental es continuo de una novela a otra y conviene leerlas todas seguidas porque no tiene sentido dejar la conquista a medias. Por más que cada novela tenga su final, la segunda novela comienza donde acabó la primera y la tercera donde terminó la segunda. De hecho, se diría que esta trilogía está concebida para ser leída "del tirón", ya que no se dedica demasiado espacio en la segunda y en la tercera parte a situar al lector en la acción. Se supone que ha leído las partes anteriores, y que todo continúa donde lo dejó.
Escrita casi como una crónica, muy al estilo de Bernal Díaz del Castillo, lo importante son los acontecimientos, mucho más que los personajes, que por cierto, son casi todos históricos. Los hechos descritos se ajustan perfectamente, además, a la cronología documentada. Las batallas están descritas con maestría, hasta el punto de mantener al lector en tensión, a pesar de conocer el desenlace. Las intrigas y estrategias políticas y diplomáticas, indispensables para que todo ocurriera como ocurrió, tienen credibilidad porque los personajes que intervinieron en ellas la tienen. Especial mención merece la narración de la Noche Triste en la tercera novela. Un relato, con un ritmo y un detalle sobrecogedor. Si aquello no fue exactamente como lo cuenta, sin duda se pareció. Y fue aterrador.
En esta obra, todo encaja, y eso se agradece.
Esta trilogía, tomada como un todo, se debe leer con calma, con intención de aprender, aunque no hay que olvidar que se trata de una obra de ficción, con las pertinentes licencias que ello conlleva. Y si antes se ha leído la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, del mencionado Bernal Díaz del Castillo, o las partes relacionadas con la conquista de México de la Historia General de las Indias de Francisco López de Gómara, la experiencia será mucho más satisfactoria.